La mirada del amarillo
Me senté en una
piedra del camino, dispuesto a descansar del paseo que había estado dando.
Había salido por la mañana temprano y acababa de oír dar las once en el reloj
del pueblo, cuyo sonido llegaba lejano hasta donde me hallaba. En la distancia
vi venir a Amarillo. Su cara cambió cuando me vio, se dibujó una sonrisa en sus
labios y auguré que algo estaba tramando.
-Buenos días
señor Negro, ¿ha salido a pasear como de costumbre? Ha de tener cuidado de no
cansarse, ya los años pueden pasar factura, a pesar de que lo veo en plena
forma. No me gustaría que tuviera algún percance-, dijo Amarillo al acercarse
donde yo estaba. Era un joven algo engreído, aunque trataba de mostrarse
simpático y atento con todos los colores. A mí no podía engañarme, yo había
sido como él y aún hoy, aunque no se percibía, permanecía en mí cierto rastro
de ese tono, aunque bien mezclado con los demás para no sobresalir por encima
de ellos.
-Buenos días
Amarillo. Así es, he estado dando mi paseo habitual y acabo de sentarme a
descansar un poco, a fin de reponer fuerzas para llegar a casa-, le respondí
con la ternura que me inspiraba alguien incapaz de verse como realmente era.
-¿Qué tal te encuentras?-, seguí diciendo.
-Hoy me siento
especialmente brillante. Soy todo luz. Todo lo que toco se ilumina. Doy color
al sol, al oro y hasta un río lleva mi nombre.- respondió Amarillo, que
aprovechaba cualquier ocasión para darse ínfulas.
-Me pareció
verte algo pensativo cuando te vi de lejos-, seguí diciendo. Entonces, dejó
salir lo que le daba vueltas en la cabeza. Soy una de las pocas personas,
quizás la única, con la que abre parte
de su corazón. Tal vez porque siempre lo escuché con atención.
-Estaba pensando
en Rojo, somos amigos de la infancia y me preocupa verlo tan colado por Azul.
Es incomprensible que le llame la atención un color tan apagado, sin brillo,
triste. Y perdone por decir esto, que su color negro tampoco es que pueda
presumir de alegre, pero al menos usted ha conocido tiempos mejores, se ha
codeado con colores de toda clase y ha ido asimilando de aquí y de allí hasta
adquirir ese elegante color negro, que sólo quienes han vivido suficiente y han
sabido impregnarse de lo mejor, pueden presumir de él-, dijo Amarillo sin
creérselo demasiado y repitiendo lo que había escuchado. Era evidente que para
él nada podía superar el resplandor del amarillo y se sentía orgulloso de su
pureza.
-Buenos días
Rojo, no se te ve buena cara, ¿te encuentras bien?-, dijo Amarillo con cara de
preocupación, como sólo él sabía poner, cuando vio acercarse a Rojo, del cual
estaba enamorado sin obtener ninguna muestra de interés por su parte.
-Buenos días
Amarillo, tal vez es que he dormido poco-, contestó Rojo algo sorprendido, pero
con cara de felicidad que no podía esconder. Era un color fuerte, de la misma
edad que Amarillo, el cual siempre se había dejado seducir por el ímpetu de
Rojo. No había más que ver las miradas que le dirigía, como queriendo
hipnotizarlo, pero con la apariencia de ser él quien estaba bajo el hechizo de
Rojo. Y hasta cierto punto así era, sólo que Amarillo sabía cuidarse muy bien
para no dejar de controlar la situación. Siempre había habido un juego de
dominancia entre ambos colores y cuando se les veía juntos, que no mezclados,
tenían la facultad de resaltar cada uno las cualidades del otro. Rojo parecía
más rojo y Amarillo más amarillo, pues ambos se encendían en su competición.
- Me alegro de
verte Amarillo, discúlpame ahora que he quedado con Azul junto al río y debe
estar esperándome ya -, dijo Rojo
mientras seguía su camino hacia la orilla.
Amarillo lo
despidió con una sonrisa y un gesto de mano, que se transformó en una mirada
pérfida cuando Rojo le dio la espalda. Se dirigió hacia mí con una nueva
sonrisa con la que trataba de ocultar su desencanto y me dijo adiós en un tono
afectuoso, condescendiente, sabiendo que a mi edad aún tenía que esperar un
rato para seguir mi camino.
Mientras seguía
esperando, acerté a ver a Rojo y Azul que volvían del río, aislados del mundo,
sin que nada ni nadie pudiera perturbar ese halo de amor en el que se hallaban
envueltos. Rojo le había echado un brazo por los hombros a Azul y en ese
contacto, esa parte de su cuerpo adquiría un color oscuro, granate, mientras
que debajo de él, podía apreciarse cómo la zona que rodeaba el cuello de Azul, pasaba a ser de color violeta.
Cuando se
besaban, sus labios iban del granate al púrpura sin que apenas pudiera distinguirse
de quién era cada uno. Reían y se miraban sin percatarse del resto, jugando con
las mezclas de los dos colores sobre sus cuerpos. Descubriendo mil y una formas
de combinarse, porque aquello no parecía tener fin. Todo dependía de quién
tocaba a quién y en qué proporción contactaba el uno con el otro.
Iban tan
absortos, que no percibieron un rayo que se escapaba desde detrás de un árbol.
Sí, allí había permanecido escondido Amarillo, esperando el regreso de los dos
enamorados, sintiendo la satisfacción de imaginar el plan que quería llevar a
cabo en ese instante. Esperó que Rojo y Azul caminasen por donde se estrechaba
el sendero y salió corriendo para empujarlos hacia el abismo que en ese punto,
bordeaba el sendero por el margen derecho.
Rojo y Azul
salieron de su ensimismamiento al mismo tiempo, se giraron para ver qué era lo
que se dirigía hacia ellos a esa velocidad. Y agarraron a Amarillo a tiempo
para evitar que se precipitase al vacío. Cada uno lo sujetó por un lado,
manchando su pureza inmaculada. En el lado derecho, por donde lo agarró Rojo,
aparecieron manchas naranja, como recuerdo de la acción que iba a realizar. Y
en el izquierdo las manchas eran verdes, unas más claras y otras más oscuras,
según la fuerza con la que Azul logró sostenerlo y cuánto se mezclaron sus
sustancias pigmentarias.
Amarillo se
sintió aliviado de no haber caído al vacío, pero al ver sus manchas se puso
histérico, ¿cómo borraría semejante estropicio?, ¿qué sería de él ahora? Sus
zonas anaranjadas brillaban menos, y las verdes ni brillaban. A veces un
pequeño destello donde Azul apenas le había tocado y surgía un verde claro,
chillón. No podía soportar vestirse de ese color, ni de ningún otro verde, como
ya me había percatado. Lo consideraba el color de la rabia, siempre había oído a
su madre decir: "se puso verde de rabia". No sabía por qué se decía
eso, sólo que se decía. Y él no quería identificarse con un color tan
indiscreto, que iba mostrando sus sentimientos negativos de esa forma tan
evidente. Siempre había sido despectivo con cualquier tonalidad de verde y no
podía consentir llevar ese sello hasta el fin de sus días. Decía gritando
mientras miraba reflexivo su lado izquierdo. Y entre sollozos que se mezclaban
con gritos, se le oía decir: -Si al menos fueran sólo estas zonas que han
adquirido calidez al contactar con Rojo, pero este verde, que nace del triste
azul, para recordarme cada día el mal del mundo, es demasiado verde para
soportar una existencia larga-.
Entonces fue
cuando Azul habló pausado y sin resentimiento hacia quien había querido
lanzarlo al vacío junto a su amado. -Buenos días, Amarillo-, dijo hablando desde
su calma azul. -Buenos días-, dijo Amarillo casi sin mirarlo y de forma
automática. -Los colores-, siguió diciendo Azul, -no siempre expresamos lo
mismo. Depende en qué momento estemos de nuestra vida. Ese verde que desdeñas,
es también el color de la esperanza. Sólo tú puedes hacer que tenga un
significado u otro. ¿Con cuál te quieres quedar?- Amarillo bajó la cabeza algo
avergonzado y por primera vez un destello de humildad iluminó su cara
haciéndola más amable, más cercana.
Rojo por su
parte, había empezado a sentir furia, al comprender lo que había intentado
hacer su amigo de la infancia. Y seguramente la habría descargado sobre él, si
no estuviera ya empezado a cambiar su color por otro más oscuro, impregnado de
la serenidad que le transmitía su amado Azul.
Así que se contuvo, hizo unas respiraciones como éste le había enseñado
y se alegró de que ninguno de los tres hubiera sufrido un percance lamentable.
Azul, que era un
hombre sabio, miró a su amor rojo y ambos miraron con ternura a Amarillo, que
se alejó con la cabeza gacha, irreconocible casi, ¿dónde estaba ahora su
postura altiva, su cabeza levantada y algo inclinada hacia atrás?, se
preguntaban susurrando quienes le salían al paso. Entonces Rojo y Azul se
miraron con la mirada más tierna que jamás se hubieran dirigido, se fundieron
en un abrazo, comprendiendo de lo que se habían salvado. Y sintiendo el amor
más profundo, vieron sus cuerpos cubrirse de morado, el color de la
espiritualidad, del misterio, de la sensualidad y el exotismo. Se miraron y
sonrieron levemente. Seguían siendo dos y al mismo tiempo parecían uno. Sus
esencias se habían combinado a la perfección. Miraron hacia donde estaba Amarillo
y sonrieron. -Parece que alguien ha crecido un poco hoy-, dijo Rojo
refiriéndose al color que seguía sin levantar cabeza y que sin embargo, hacía
que la volvieran quienes se cruzaban con él. -Ha dado un paso importante, es
bueno aprovechar las crisis para aprender-, dijo Azul siempre reflexivo. -Y
nosotros-, siguió diciendo, -tampoco somos los de antes. Algún día alcanzaremos
el negro, y esperaremos que Amarillo lo alcance también.
Una mirada de
inocencia destelló en los ojos de Rojo y otra profunda de conocimiento, se dejó
ver en Azul. A lo lejos, la mirada de Amarillo había cambiado, ya no reflejaba
el orgullo, sino la humildad. Contemplé a los tres mientras desaparecían en la
distancia, primero Amarillo, lleno de manchas y luego Rojo y Azul, vestidos de
morado. Recordé el tiempo que me había costado a mí llegar ahí y me sentí
satisfecho de ver crecer a estos jóvenes, gracias al amor que eran capaces de
dar y de recibir. A mí ya sólo me queda, que todos mis colores vayan
destiñéndose, que empiecen a surgir manchas blancas en mi piel y mi pelo se
vaya llenando de canas. Y cuando pierda todos los colores y sea blanco
completamente, habré transcendido y podré descansar para siempre.
Maite Márquez
05-12-2019
Comentarios
Publicar un comentario