Superar la muerte de un ser querido (parte 1)

          Quiero compartir el material que elaboré hace años para el taller de duelo que realizo, "Contigo y sin ti". En ese momento yo misma estaba sumida en varios procesos de este tipo que vinieron a confluir en mi vida. Cuando empecé a desarrollar este material, hacía tres meses que había fallecido mi madre, después de un proceso de cáncer que la fue consumiendo a lo largo de cinco meses escasos desde el diagnóstico. Se había detectado demasiado tarde y no hubo posibilidad de tratamiento, más que los paliativos. Ese diagnóstico vino a ocurrir pocas semanas después del fallecimiento repentino de un tio mío, muy querido por todos, especialmente por mi madre, que se hallaba muy unida a él.

          Después, otras situaciones parecidas vinieron a llamar a mi puerta, accidente de un hijo, enfermedad de mi padre y pérdidas en otras áreas de mi vida que también anunciaban con fraguarse. Afortunadamente, éstas quedaron sólo en aviso. Sin embargo, las pérdidas que se materializaron definitivamente me llevaron a un lugar más alto. Junto al dolor de la ausencia física, me quedaba la seguridad de la presencia. No me refiero a nada que tenga que ver con una vida después de la vida y que es válido para unas personas y para otras no. Sino con lo que quedaba en mí de lo que esas personas me habían dado. Era como una semilla que habían puesto y que empezaba a crecer sobre todo ahora que no estaban.

          Luego vino el bajón, claro. No se puede subir a un lugar muy alto sin el riesgo a caer y sobre todo el miedo, el miedo que nos atrae al abismo. Por eso, cada nueva pérdida que se anunciaba, el miedo era mayor y aún más cuanto más se mantenía el periodo de inestabilidad. No era cuestión de tener recursos para no caer, sino que el único recurso era llegar a ser tan libiana que diese igual la caída. Por eso en los años que sucedieron hasta hoy, me he dedicado a soltar lastre para poder volver a subir o para volar cual pluma, que movida por el viento puede estar a veces abajo, a veces arriba, sin que se modifique su esencia.

          El material que pongo a continuación, lo realicé como dije en plena elaboración del duelo por la pérdida de mi madre y de mi tío. Así que fui recogiendo todo aquello que me estaba permitiendo subir entonces. Tracé un esquema de todo lo necesario para un trabajo integral y me puse en marcha, recopilando de aquí y de allí, buscando en internet trabajos que corroborasen mi visión y que fuesen por delante de ella. Tomando de libros leídos o que leía en ese momento, todo aquello que pudiera servirme para el enfoque que quería dar. Y por supuesto, basándome en mi propia experiencia, estando en contacto conmigo misma, con lo que sentía, con mi manera de abordarlo.

          Espero que estos capitulos (cada uno es el contenido que se trabaja en una sesión de mi taller) sirvan a alguien como ya lo han hecho y como me sirvió a mí el material vertido por otros profesionales. El primero se centra en el concepto de duelo, ya que si queremos enfrentar algo, lo primero que hemos de hacer es conocerlo. Sin embargo, ya desde este primer capítulo, he ido incluyendo otros aspectos que puedan dar una nueva visión y servir de apoyo, en los difíciles momentos que suponen la superación de una pérdida importante. Parte de él ya lo incluí en mis notas. Lo advierto para que no moleste la redundancia. Entonces me pareció muy largo incluir todo el trabajo en una sola nota y ahora he creído oportuno crear una página exclusiva para el tema, en la que entregarlo íntegro.

          Aunque al final, he preferido presentarlo en tres partes, de tres capítulos cada una, para facilitar la lectura y la búsqueda, en caso necesario, de partes concretas. Al mismo tiempo que puedo ir públicándolo conforme concluyo cada parte.

CAPÍTULO 1

EL DUELO

“Nada es permanente, excepto el cambio”

Heráclito (540-480 a.C)



Frente a la muerte de un ser querido, una separación o un divorcio...
Cuando le decimos adiós a aquéllos que amamos porque emigran...
Cuando nuestra salud se resiente...
Cuando perdemos nuestro trabajo, o nos mudamos a otra casa...
Entramos entonces en un difícil camino llamado DUELO.
A pesar de ser inevitable, crea una angustia intensa y un dolor innegable.
Irrumpe en nuestra realidad cotidiana y nos sentimos desamparados en un mundo que se vuelve caótico.
Lo que era, ya no es más. Lo que creíamos ayer, hoy ya no se sostiene.
Si bien todos sabemos enfrentar distintas pérdidas a lo largo de nuestra vida, muchas veces éstas nos sorprenden y no sabemos cómo responder.
El duelo es una prueba al coraje y a la tenacidad del espíritu humano, y nos recuerda la fragilidad de la vida.
Si tratamos de ignorarlo o demorarlo, no se evapora, siempre encuentra un camino para hacerse conocer.
Puede causar problemas físicos, emocionales y espirituales.
Lo profundo de nuestro dolor puede querer convencernos de que no hay ayuda posible o de que no podremos sobrevivir.
Nadie atraviesa esta situación de igual manera. Si bien el duelo es un proceso normal que sobreviene después de un cambio importante, muchas veces necesitamos de alguien que nos ayude a poner en marcha nuestros recursos y enfrentar así esta situación.
El tiempo sólo no cura las heridas, debemos ser activos en el trabajo del duelo. Podremos entonces, armar un proyecto de vida diferente acorde a nuestra nueva realidad, sin el dolor inicial y con la identidad reestructurada.

Lic. Silvia Alper – Lic. Diana Liberman


1. Concepto de duelo.

           Los párrafos que preceden, son la esencia de lo que significa el proceso de duelo y cómo encaminarlo de manera positiva. Comienza haciéndonos ver que el duelo es una reacción normal a determinadas circunstancias de nuestra vida.

          Desde nuestro nacimiento, que es la primera separación que sufrimos, hemos de andar ese camino constantemente a lo largo de nuestra existencia. El duelo es una reacción adaptativa, la forma que tenemos cada uno de enfrentarnos a esas pérdidas y separaciones.

          Podemos decir que el duelo es el proceso de reacciones personales que siguen a un desapego. Su intensidad es proporcional a la intensidad del apego, no depende de la naturaleza del objeto perdido, sino del valor que se le atribuye. Este proceso es doloroso, por ello lo denominamos con la palabra “duelo”, que proviene del término latino “dolus”, que significa dolor.

          Parkes y Bolwy afirman que “El dolor del duelo forma parte de nuestra vida, igual que la alegría del amor; es, quizás, el precio que pagamos por el amor, el costo de la implicación”.

         Diariamente experimentamos duelos y lo más indicado es aprender a convivir con esta experiencia natural. Nuestra identidad se construye a través de las pérdidas que vivimos. Desde nuestra infancia aprendemos a enfrentarnos a estos cambios y lo hacemos de una forma personal, que tiene que ver con nuestras actitudes ante la vida, ante nosotros mismos y ante los demás.

          Las situaciones de cambio nos exigen frecuentemente modificar nuestras costumbres y hábitos, nos crean incertidumbre hacia el futuro y en muchos casos suponen la pérdida de un proyecto de vida.

          Muchos han comparado el proceso de duelo con un túnel que hay que atravesar para seguir viviendo. Si nos volvemos atrás y no entramos en él, pospondremos y prolongaremos el dolor.

          El duelo afecta a todo nuestro ser, tanto físico como psicológico. Todo depende de cómo la persona vive y enfrenta una situación de duelo. Como proceso que es, no siempre supone mejorías en nuestro estado, sino que habrá regresiones y recaídas.

          El duelo ocurre o se inicia inmediatamente después, o en los meses siguientes a la pérdida sufrida y está limitado a un período de tiempo que varía de persona en persona ( no se extiende a lo largo de toda la vida).

         El trabajo de duelo es un proceso psicológico complejo de deshacer los lazos contraídos y enfrentarse al dolor de la pérdida. Por tanto, como dice al final de los párrafos que comentamos, exige ser activos. Es decir, dedicar tiempo y energía para desarrollar un nuevo proyecto de vida que la llene de sentido.

2. Tipos de duelos.

          La respuesta individual del duelo depende de varios factores importantes como:

  1. Características personales, como edad, sexo, religión, duelos anteriores y personalidad.
  2. Las relaciones interpersonales, como la cantidad de vínculos y posibilidades de comunicación. Las personas que tienen mayor apoyo social y son invitadas a expresar sus sentimientos lo superan rápidamente.
  3. Aspectos específicos de la situación: Esperada, repentina, dramática, grado de vínculo afectivo o importancia de lo perdido.
          De la combinación de estos factores surgen diferentes tipos de duelo, por lo que se trata de un proceso individual, a pesar de lo cual, existen algunas reacciones que es posible generalizar cuando las personas enfrentan pérdidas.

         Son reacciones aplicables a duelos provocados por cualquier causa, pero las enfocaremos a aquellos desencadenados por la pérdida de un ser querido y constituyen lo que denominamos duelo normal, diferenciándolo del complicado, que es el que no se resuelve en forma y tiempo esperable.

2.1. Duelo normal.

           S. Freud fue el primero en considerarlo “un afecto normal”, al escribir sobre él en “Duelo y melancolía” (1917), y lo definió como “la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.”, por lo que hacía notar “que a pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento”.

           A pesar de ser reacciones normales a una pérdida, y no requerir tratamiento médico a menos que se compliquen, será necesario conocerlas para tratarlas adecuadamente y evitar alteraciones en su intensidad o duración, que no permitan seguir el proceso normal.

           El duelo es normal si responde de manera predecible a la pérdida. Es más intenso al principio y va mitigándose con el paso del tiempo.

          Éste es el aspecto fundamental que lo distingue, su evolución. Pues el valor de las manifestaciones puede variar de una persona a otra, según sean los parámetros que incidan en la situación.

          En la CIE. 10, Clasificación Internacional de las Enfermedades publicada por la OMS en 1992, se emplea el código Z 63.4, para el duelo normal y el 43.2, de los trastornos de adaptación, para el duelo patológico.

         Según los criterios diagnósticos del DMS IV (1994), Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), por el que se rigen profesionales de la salud mental de todo el mundo, en el duelo normal:

         “El objeto de atención clínica es una reacción a la muerte de una persona querida. Como parte de su reacción de pérdida, algunos individuos afligidos presentan síntomas característicos de un episodio de depresión mayor (p.ej., sentimientos de tristeza y síntomas asociados como insomnio, anorexia y pérdida de peso). La persona con duelo valora el estado de ánimo depresivo como “normal”, aunque puede buscar ayuda profesional para aliviar los síntomas asociados como el insomnio y la anorexial. La duración y la expresión de un duelo “normal” varía considerablemente entre los diferentes grupos culturales. El diagnóstico de trastorno depresivo mayor no está indicado a menos que los síntomas se mantengan 2 meses después de la pérdida. Sin embargo, la presencia de ciertos síntomas que no son característicos de una reacción de duelo “normal” puede ser útil para diferenciar el duelo del episodio depresivo mayor. Entre aquéllos se incluyen:

  1. La culpa por las cosas, más que por las acciones, recibidas o no recibidas por el superviviente en el momento de morir la persona querida.
  2. Pensamientos de muerte más que voluntad de vivir, con el sentimiento de que el superviviente debería haber muerto con la persona fallecida.
  3. Preocupación mórbida con sentimiento de inutilidad.
  4. Inhibición psicomotora acusada.
  5. Deterioro funcional acusado y prolongado.
  6. Experiencias alucinatorias distintas de las de escuchar la voz o ver la imagen fugaz de la persona fallecida.
2.2. Duelo complicado.

          Muchas veces el duelo no sigue su curso normal, de manera que la forma y tiempo de resolución no parece adaptativa para la persona que lo experimenta. Interfiriendo sensiblemente en su funcionamiento personal y social, hasta el punto de inducirle a buscar ayuda profesional.

          La CIE 10 incluye lo duelos que no se ajustan a la normalidad, dentro del epígrafe F43.2, que corresponde a los trastornos de adaptación, que define así:

          “Estados de malestar subjetivo acompañados de alteraciones emocionales que, por lo general, interfieren con la actividad social y que aparecen en el período de adaptación a un cambio biográfico significativo o a un acontecimiento vital estresante. El agente estresante puede afectar la integridad de la trama social de la persona (experiencias de duelo, de separación) o al sistema más amplio de los soportes y valores sociales (emigración, condición de refugiado). El agente estresante puede afectar sólo al individuo o también al grupo al que pertenece o a la comunidad”.

          Si bien, no hay síntomas particulares que llamativamente separen el duelo normal del complicado, el cual puede presentar diferentes variedades:

2.2.1. Duelo retardado.

          Se da en aquellas personas que en las fases iniciales del proceso de duelo parecen mantener el control de la situación, sin dar signos aparentes de sufrimiento, posponiendo las manifestaciones del duelo agudo varias semanas después de la pérdida, manteniendo en muchos casos la esperanza infundada del retorno de la persona ausente.

          Este tipo de reacción parece estar relacionada con el grado de estrés que la persona puede tolerar en un momento dado, el grado de apego y la relación con el ser querido.

           Por otra parte, el aplazamiento del duelo puede ser una decisión consciente para quien encara un número diverso de crisis vitales concurrentes. En este caso, el retraso en las reacciones puede ser una necesidad psicológica y física para protegerse, utilizando una “anestesia emocional” que inhibe el duelo.

         Cuando estas reacciones retardadas se presentan sin una variable circunstancial evidente, se requerirá una conveniente evaluación y seguimiento.

2.2.2. Duelo intensificado o distorsionado.

          Se produce una intensa reacción emocional exagerada. Suelo presentarse en personas que han tenido un duelo previo no resuelto, el cual es precipitado por esta nueva crisis. Podemos decir que se acumulan los duelos no resueltos.

2.2.3. Duelo crónico.

          Algunas personas permanecen afligidas durante muchos años, manifestando una persistencia de la sintomatología depresiva, más allá de los 6-12 meses, permaneciendo en un profundo y doloroso duelo como estilo de vida. Se da en personas que han sido muy dependientes de la persona perdida. El mantenimiento de esta relación con el ausente imposibilita la resolución.

          Por otra parte la persona en duelo puede no estar interesada en conseguir su independencia y obtener el control sobre su vida, y permanecer dependiente de otros que se prestan a ayudarle. En tales casos, nunca parece estar satisfecha con la ayuda que se le da. Esta “impotencia o desamparo aprendido”, como le llama Sanders, puede ser tan dolorosa para aquél que necesita ayuda como para aquéllos que la ofrecen.

2.2.4. Duelo enmascarado.

          Hay personas que experimentan su dolor sin sentirlo como algo relacionado con su pérdida. Se manifiesta clínicamente por síntomas somáticos.

2.2.5. Duelo patológico.

          En esta forma de duelo, se produce la aparición de un verdadero trastorno psiquiátrico, cumpliendo todos los criterios para su diagnóstico.

         Aunque no existe unanimidad acerca de las variables pronóstico que van a provocar la transformación de una reacción de pesar normal en una reacción de duelo patológico, señalaremos las siguientes.

  • La falta de salud física o mental previa.
  • La ambivalencia afectiva con agresividad.
  • Duelos repetidos.
  • Mayor fragilidad en el varón.
  • La pérdida repentina.
2.3. Duelo anticipado.

          Dentro de lo que consideramos Duelo normal, puede darse el caso que este duelo se anticipe a la pérdida real, comenzando a manifestar las reacciones propias del mismo, antes de que ésta tenga lugar.

          Suele producirse en casos de enfermedad grave, cuyo desenlace es irrevocable. Esta anticipación del duelo permite a las personas implicadas compartir sus sentimientos y prepararse para la despedida, facilita el desapego emocional, ya que ayuda a tomar conciencia de cuanto está sucediendo.

3. Manifestaciones.

3.1. Duelo normal.

3.1.1. Sentimientos.

  • Negación / Insensibilidad: Nada parece real, se siente embotada, como un autómata, incapaz de reaccionar... Hay una ausencia de sentimientos, como una reacción de protección ante una pérdida que provoca demasiados sentimientos que afrontar, los cuales pueden desbordar a la persona. Este aturdimiento es una experiencia bastante normal que ayuda a ir aceptando la realidad, permitiendo que afloren progresivamente todos los sentimientos normales en un proceso de duelo.
  • Impotencia: Es un sentimiento propio de los primeros tiempos del duelo. No se tiene muy claro qué hacer para cambiar la realidad y las circunstancias.
  • Enojo / rabia / resentimiento: La persona se muestra rabiosa contra todos y contra todo. El resentimiento forma parte del dolor y es algo normal. No hay que luchar contra él, a medida que el dolor se vaya calmando irá disminuyendo. El enojo puede ser uno de los sentimientos más desconcertantes y suele estar en la base de muchos de los problemas en un proceso de duelo. Si el enfado no se reconoce adecuadamente, puede dar lugar a un duelo complicado. El enojo proviene de dos fuentes:                                                                                   
    • La sensación de frustración ante el hecho de que no se ha podido hacer nada para evitar la pérdida.
    • Por una especie de experiencia de regresión. Ante la pérdida de una persona importante en nuestras vidas, hay sentimientos de desamparo, de incapacidad de existir sin ella y luego se puede experimentar enfado y ansiedad. El enfado es conveniente identificarlo y dirigirlo hacia la persona que lo causa para llegar a una conclusión sana. Muchas veces se controla de forma desviada, dirigiéndolo hacia otras personas. Una de las desadaptaciones más peligrosas del enfado es dirigirlo hacia sí mismo.
  • Tristeza: La tristeza es el sentimiento más común. Puede tener muchas expresiones: llanto, pena, melancolía, nostalgia... Hay que darse permiso para estar triste, para llorar, sin preocuparse por llorar mucho o poco, el llanto no es la medida del amor, sino parte de la propia expresividad. Está más relacionado con el apego, con la necesidad que teníamos de esa persona, que no tiene que venir dada por el amor, sino por nuestra propia debilidad.
  • Ansiedad / miedo / angustia: Puede oscilar desde una ligera sensación de inseguridad, hasta fuertes ataques de pánico y cuanto más intensa y persistente sea la ansiedad que manifiesta, más sugiere una reacción de duelo patológica. Sin embargo no hay que temer volverse loco/a. Estos sentimientos tan intensos y tan desagradables son algo natural y suelen provenir de dos fuentes:
    • Pensar que uno/a no va a ser capaz de salir adelante por sí mismo.
    • Y en el caso del fallecimiento de un ser querido, a la toma de conciencia de la propia muerte, puesta de manifiesto por la muerte del otro. Yalom manifiesta que “aunque aceptáramos el argumento de que la angustia de separación es la primera, desde el punto de vista cronológico, de ello no se desprendería que la muerte sea “realmente” miedo a perder un objeto. La angustia más fundamental –o básica- proviene del peligro a perderse uno mismo, y si uno teme perder un objeto es porque ello amenaza –de forma real o simbólica- la propia supervivencia.”
  • Culpa / autorreproche: La lista puede ser interminable. Se suelen manifestar con el excesivo análisis de algo que ocurrió o que se descuidó hacer. La mayoría de las veces la culpa es irracional y se mitigará mediante la confrontación con la realidad. El pasado no puede cambiarse y ya tiene la persona bastante sufrimiento como para castigarse de esta manera.
  • Soledad: Son tantas cosas vividas y compartidas juntos, que la persona va a necesitar tiempo para, poco a poco, ir llenando ese inmenso vacío.
  • Fatiga, apatía, indiferencia: Puede ser muy molesto y sorprendente para las personas que son normalmente muy activas.
  • Alivio: Muchas personas pueden sentirlo al acabarse una relación dolorosa, conflictiva o ante una muerte por enfermedad larga y penosa. Sin embargo, suele acompañarse de sensación de culpa por experimentarlo.
  • Anhelo: Se tiene la sensación de ver y oír a la persona perdida, debido al anhelo de que la persona vuelva y a la negación de la permanencia de la pérdida. Son sensaciones pasajeras absolutamente normales. Cuando este sentimiento disminuye puede ser señal de que el duelo está bien encaminado.
  • Emancipación / liberación: Puede ser un sentimiento positivo, pero la persona estar reacia a aceptarlo. Puede coexistir con otros sentimientos: tristeza, soledad, etc.
  • Ambivalencia / cambios de humor: Puede estar tranquilo/a en un momento dado y alborotado/a en el instante siguiente. Los sentimientos pueden ser cambiantes y contradictorios. Lo mejor será aceptarse así, cambiante.

3.1.2. Pensamientos.

  • Incredulidad: Suele ser el primer pensamiento que se tiene cuando se desencadena una pérdida, especialmente si es súbita o inesperada. La persona se dice a sí misma “no ha ocurrido”, “debe ser un error”, “no puede estar pasando”, “espero despertarme, esto es un sueño”. Muy relacionado con la negación.
  • Confusión: Parece que no se pueden ordenar los pensamientos, hay dificultad en concentrarse y se olvidan las cosas.
  • Preocupación: Se siente una obsesión sobre la persona perdida, que a menudo incluye pensamientos de cómo recuperarla. Suelen ser pensamientos muy intrusivos y se da muy a menudo respecto a relaciones que hayan sido muy conflictivas.
  • Sentido de presencia: Es el equivalente en el pensamiento del sentimiento de anhelo. El ausente parece que está presente en el espacio y tiempo actual.
  • Alucinaciones: Tanto visuales como auditivas, son una experiencia normal y pasajera en la persona en proceso de duelo. Verle por la calle, oír el ruido de la cerradura... Pueden ser muy desconcertantes, pero muy útiles para algunas personas para darse cuenta de la realidad.
          Existe una conexión evidente entre los pensamientos y los sentimientos.

3.1.3. Sensaciones físicas.

          Son un componente importante del proceso de duelo. Es el llamado duelo del cuerpo. Algunas de las sensaciones corporales que pueden sentirse son:

  • Nauseas.
  • Palpitaciones.
  • Opresión en la garganta, el pecho.
  • Dolor de cabeza.
  • Pérdida del apetito.
  • Insomnio.
  • Fatiga.
  • Sensación de falta de aire.
  • Punzadas en el pecho.
  • Pérdida de fuerza, debilidad muscular.
  • Falta de energía.
  • Dolor de espalda.
  • Temblores.
  • Hipersensibilidad al ruido.
  • Dificultad para tragar.
  • Oleadas de calor.
  • Visión borrosa.
  • Sequedad de boca.
          En ocasiones, preocupan a las personas que las sienten y se hacen una exploración médica, por si hubiesen otras causas, pero no son más que síntomas de ansiedad.

3.1.4. Conductas.

  • Trastornos del sueño: Incluye tanto dormir poco, encontrando dificultad para dormirse o bien despertándose temprano, como dormir en exceso.
  • Trastornos alimentarios: Se pueden presentar tanto por defecto como por exceso, aunque lo más habitual es la disminución de la comida. Los cambios significativos de peso suelen ser consecuencia de estos cambios en los patrones de alimentación.
  • Conducta distraída: Es habitual encontrarse actuando de este modo o haciendo cosas que pueden provocar incomodidad, o incluso daño.
  • Aislamiento social: No es extraño que haya tendencia a aislarse de la gente. Suele ser un comportamiento que dura poco y se corrige solo. También puede incluir una pérdida de interés por el mundo externo, como no leer la prensa o no ver la TV.
  • Soñar con la persona: Es normal soñar, tanto sueños normales como angustiosos o pesadillas. Hay veces que los sueños aportan claves o permiten que el proceso tome un rumbo más adecuado.
  • Evitar recordatorios: Algunas personas evitan los lugares o cosas que les provocan sentimientos dolorosos. El deshacerse excesivamente rápido de los objetos personales de la persona perdida puede indicar una relación ambivalente y ser indicio de un duelo posterior complicado.
  • Buscar y llamar en voz alta: Es una conducta de búsqueda habitual.
  • Suspirar: Es una manifestación de la sensación de falta de respiración. Esta conducta se observa con mucha frecuencia. Acompaña los pensamientos de resignación.
  • Hiperactividad desasosegada: También es una conducta normal el procurar estar haciendo siempre cosas, sin concederse un minuto de descanso ni de reflexión.
  • Llorar: Ha habido interesantes estudios sobre el potencial valor curativo del llanto, muy presente en el proceso del duelo. El estrés produce un desequilibrio químico en el cuerpo, y algunos investigadores creen que las lágrimas se llevan sustancias tóxicas y ayudan a reestablecer el equilibrio, desencadenando la formación en el cerebro de unas sustancias llamadas endorfinas, que actúan como un anestesiante natural.
  • Visitar lugares o llevar objetos que recuerden a la persona perdida: Es la conducta opuesta a la evitación. Muchas veces refleja el miedo a olvidarle.
  • Atesorar sus pertenencias: Es la conducta contraria a evitar recordatorios. Está relacionado con la dificultad para desasirse del ausente, para enfrentarse a la nueva realidad sin esa persona.
          Estas son algunas de las reacciones más comunes que suelen aparecer después de una pérdida. Sin embargo, no tienen que darse todas en una persona en duelo, ni seguir un orden cronológico de aparición, aunque algunas son más frecuentes al principio y otras suelen hacer su aparición más adelante, pueden experimentarse en distintos momentos del proceso de duelo, a modo de regresión en el mismo.

3.2. Duelo complicado.

           Como recoge el apartado F43.2 de la CIE-10:

          “Las manifestaciones clínicas del trastorno de adaptación son muy variadas e incluyen: humor depresivo, ansiedad, preocupación (o una mezcla de todas ellas); sentimiento de incapacidad para afrontar los problemas, de planificar el futuro o de poder continuar en la situación presente y un cierto grado de deterioro del cómo se lleva a cabo la rutina diaria. El enfermo puede estar predispuesto a manifestaciones dramáticas o explosiones de violencia, las que por otra parte son raras. Sin embargo, trastornos disociales (por ejemplo, un comportamiento agresivo o antisocial) puede ser una característica sobreañadida, en particular en adolescentes. Ninguno de los síntomas es por sí solo de suficiente gravedad o importancia como para justificar un diagnóstico más específico. En los niños los fenómenos regresivos tales como volver a tener enuresis nocturna, utilizar un lenguaje infantil o chuparse el pulgar suelen formar parte del cortejo sintomático. Si predominan estas características debe recurrirse a F 43.23.

          El cuadro suele comenzar en el mes posterior a la presentación del cambio biográfico o del acontecimiento estresante y la duración de los síntomas rara vez excede los seis meses, excepto para el F43.21, reacción depresiva prolongada.

Pautas para el dianóstico.

               a) La forma, el contenido y la gravedad de los síntomas.
               b) Los antecedentes y la personalidad.
               c) El acontecimiento estresante, la situación o la crisis biográfica.

Incluye:
“Shock cultural”.
Reacciones de duelo.
Hospitalismo en niños.

Excluye:
Trastorno de ansiedad de separación en la infancia (F93.0).

          Si se satisfacen las pautas de trastorno de adaptación, la forma clínica o manifestación predominantes pueden ser especificadas mediante un quinto carácter adicional:

F43.20 Reacción depresiva breve: Estado depresivo moderado y transitorio cuya duración no excede de un mes.

F43.21 Reacción depresiva prolongada: Estado depresivo moderado que se presenta como respuesta a la exposición prolongada a una situación estresante, pero cuya duración no excede los dos años.

F43.22 Reacción mixta de ansiedad y depresión: Tanto los síntomas de ansiedad como los depresivos son destacados, pero no mayores que en el grado especificado para el trastorno mixto de ansiedad y depresión (F41.2) u otro trastorno mixto por ansiedad (F41.3).

F43.23 Con predominio de alteraciones de otras emociones: Los síntomas suelen incluir otros tipos de emoción, como ansiedad, depresión, preocupación, tensiones e ira. Los síntomas de ansiedad y depresión pueden satisfacer las pautas de trastorno mixto de ansiedad y depresión (F41.2) o de otros trastornos mixtos de ansiedad (f41.3) pero no son lo suficientemente relevantes como para permitir diagnosticar un trastorno más específico depresivo o de ansiedad. Esta categoría debe utilizarse también para las reacciones en los niños en los que se presenten también una conducta regresiva como enuresis nocturna o succión del pulgar.

F43.23 Con predominio de alteraciones disociales: La alteración principal es la del comportamiento, por ejemplo una reacción de pena o dolor en un adolescente que se traduce en un comportamiento agresivo o disocial.

F43.25 Con alteración mixta de emociones y disociales: Tanto los síntomas emocionales como el trastorno del comportamiento son manifestaciones destacadas.

F43.28 Otro trastorno de adaptación con síntomas predominantes especificados.

4. Fases del duelo.

          Diversos autores distinguen tres etapas en la evolución temporal del duelo normal:


  • Fase de impacto (Silverman) o impasibilidad (Parkes y Clayton): de pocas horas a una semana.

  • Fase de depresión (Clayton) o repliegue (Silverman): de un mes a un año.

  • Fase de recuperación, curación o restitución: después del año.

           Elisabeth Kubler-Ross señala por su parte las siguientes fases:

4.1. Fase 1: Shock y negación.

          La primera reacción es el impacto psíquico. A esta primera reacción le sucede la negación de esa realidad, como mecanismo de defensa que le proteja del impacto producido y le deje tiempo para recapacitar.

4.2. Fase 2: Irritación e ira: “¿Por qué me ocurre esto a mí?”

          La persona se rebela y desplaza su enojo hacia médicos, enfermeras, personal sanitario en general, su familia o, en caso de ser creyente hacia Dios o hacia sí mismo si lo considere un castigo divino por su conducta.

4.3. Fase 3: Negociación.

          No aceptan la irreversibilidad. En casos de personas creyentes, son muy frecuentes las “negociaciones” con Dios. Esta etapa es la que pueden aprovechar muchos desaprensivos que pueden ofrecer poner en contacto con la persona fallecida por ejemplo.

4.4. Fase 4: Depresión.

          Ante el fracaso de los mecanismos anteriores para eludir la realidad, la persona comienza a conectarse con ella, lo cual le produce tristeza y desesperación. En esta etapa son más fáciles las ideas suicidas.

4.5. Fase 5: Aceptación.

          En esta fase se acepta la muerte como inevitable y se empieza a reflexionar sobre la universalidad de la misma.

5. Conclusiones para el proceso de duelo.

          Hemos hecho referencia al proceso de duelo como un túnel que hay que atravesar, podemos pensar que es mejor no sentir el dolor, o evitarlo con distracciones y ocupaciones pero, al final, el dolor saldrá a la superficie. Por ello, será conveniente permitirse estar mal, necesitado, vulnerable...y aceptar el hecho de que se estará menos atento/a por las ocupaciones habituales o por las amistades durante un tiempo, que la vida va a ser diferente, que habrá que cambiar algunas costumbres...

          En definitiva, será mejor dejar sentir el dolor dentro de uno/a, y expresar las emociones que surjan, que pararlas y guardarlas para sí. Éste es el único camino para cerrar y sanar la herida por la pérdida.

          El proceso de duelo es un trabajo que requerirá darse un tiempo y no esperar soluciones mágicas, teniendo en cuenta que las recaídas son posibles, principalmente en fechas señaladas.

          Esto implicará ser paciente con uno/a mismo/a, procurando vivir el momento presente, por duro que sea, aceptando las emociones que surgen, no sintiéndose mal por experimentarlas y recordando que pueden ser muy intensas y necesitar mucha energía, pero son pasajeras si dejamos que fluyan de manera adecuada.

          Ya hemos visto que el proceso normal de duelo conlleva unos sentimientos, pensamientos, síntomas físicos y comportamientos que son reacciones habituales después de una pérdida significativa, por tanto no habrá que temer volverse loco/a.

           Sin embargo, es evidente que no se está en las mejores condiciones físicas y psíquicas y que esto puede alterar nuestra percepción de las cosas, por ello será recomendable aplazar las decisiones importantes, para no tener que lamentarlo más tarde. Entre estas decisiones estará la de intentar reemplazar al ausente, que será conveniente posponer hasta haber resuelto adecuadamente la pérdida.

          Y con el fin de recuperarse lo antes posible, será de interés no descuidar la salud, siendo de utilidad, pasados los primeros días, hacerse un horario para levantarse, comer, acostarse... y seguirlo. Además de alimentarse bien y cuidar el cuerpo no abusando del tabaco, el alcohol, tranquilizantes...

          En cuanto a estos últimos, sobre todo no automedicarse, pues será siempre el médico quien disponga del criterio para prescribirlos, ya que tomar medicamentos para “no sentir” puede contribuir a cronificar el duelo, por lo que quedarán restringidos a momentos críticas de máxima intensidad emocional.

          Por el contrario, será beneficioso buscar y aceptar el apoyo de los demás. Aceptarlo cuando lo ofrecen y buscarlo cuando se necesita, los amigos y seres queridos pueden estar deseosos de ayudar, pero pueden temer ser entrometidos o hacer daño recordando la pérdida.

          Será conveniente buscar personas de confianza, con las que se pueda permitir “estar mal” y desahogarse sin miedo, y procurar ser paciente con los demás, con aquellos que tratan de indicar cómo debe sentirse y por cuanto tiempo, sin comprender lo que se está viviendo, pero con la intención de ayudar haciendo olvidar el dolor y superar la tristeza, aunque no sepan cómo hacerlo.

          Esto no quiere decir que haya que sentirse mal en todo momento, también hay que darse permiso para descansar, disfrutar y divertirse, puede ser de gran ayuda buscar, sin forzar el propio ritmo, momentos para disfrutar.

          En una palabra, dejar que las emociones surjan espontáneamente, sin tratar de reprimirlas por no considerarlas adecuadas o por temor a que nos desborden, lo mejor será confiar en los propios recursos para salir adelante, y entre esos recursos está saber cuándo necesitamos ayuda externa y cómo pedirla.

“No es fuerte el que no necesita ayuda, sino el que tiene el valor de pedirla cuando la necesita”.



CAPÍTULO 2

PASOS HACIA LA RECUPERACIÓN

          “Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tú haces con lo que la vida te hace.”

             EDGAR JACKSON


          Una frase muy común es que “el tiempo lo cura todo”. Sin embargo, el simple paso del tiempo no hace nada, lo que realmente ayuda es lo que hacemos en ese tiempo. Será necesario dar algunos difíciles pasos para recuperarse de la pérdida sufrida. Según W. Worden, podemos concretar en cuatro tareas el trabajo a realizar para elaborar adecuadamente el duelo:

1. Aceptar la pérdida.

          Ya comentamos que el duelo es un túnel que hay que atravesar, no existen atajos para el dolor. A pesar de todo, uno de los primeros sentimientos que surgen al enfrentarnos a una pérdida, aún cuando ésta todavía no haya sucedido, es la negación. La persona se rehúsa a creer que la pérdida ha tenido o va a tener lugar y trata de convencerse de que todo es una equivocación, un sueño del que va a despertar. Es un mecanismo de defensa, que protege en principio de las emociones que surgen, pero podo a poco la realidad se irá imponiendo.

          Será en ese momento, en que se toma conciencia de la pérdida, cuando comience la elaboración del duelo. El primer paso para la recuperación va ligado a esta toma de conciencia y consistirá en aceptar la pérdida. Esto significa que la persona es ya capaz de ver tranquilamente la situación y de reconocer su grado de afectación por lo sucedido, e incluso los aspectos positivos de la pérdida.

2. Sentir el dolor.

          Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida será el segundo paso hacia la elaboración adecuada del duelo.

           Aunque todo el mundo no experimenta una pérdida de la misma forma, es imposible separarse de alguien con quien se ha estado vinculado sin sentir un cierto nivel de dolor.

          La primera reacción a este dolor, sobre todo si es intenso, será evitarlo, buscar formas de evadirse de él. Incluso los demás pueden aconsejar, con la mejor intención que se haga así, que se busquen distracciones.

          Pero volvamos al túnel, es preciso atravesarlo, y para ello será necesario tomar conciencia de las emociones que surgen y trabajarlas adecuadamente. En la próxima sesión nos dedicaremos especialmente a este aspecto.
3. Aprender a vivir sin esa persona.

          Un tercer paso hacia la recuperación será aprender a vivir sin él/la ausente. Esa adaptación depende de cómo estaba establecida la relación con la otra persona y de los distintos papeñes que representaba en la vida de quien está en duelo.

         Será preciso tomar decisiones por uno mismo, decisiones que tal vez antes se tomaban conjuntamente o incluso se delegaban en esa persona. Se necesitará desempeñar tareas que antes realizaba él o ella y enfrentarse a su aprendizaje. Unas tarea fundamental será aprender nuevas formas de relación con la familia, amigos, y el mundo en general.

          Para unas personas éste será un duro paso, pueden sentirse abrumadas o fracasadas al hacerse cargo de esas tareas, incidiendo en una sensación mayor de baja autoestima. Otras, en cambio, aumentarán sus capacidades y sensación de autonomía y valía al asumir tales actividades. Éstas llevarán bien encaminado su proceso de duelo, las otras irán consiguiéndolo conforme se atrevan a enfrentarse a esas nuevas tareas y las vayan superando, porque todos podemos tener la capacidad de asumir nuestra propia responsabilidad, sólo el miedo nos impide hacerlo, será cuestión de dar pequeños pasos que nos auguren el éxito y nos aporten seguridad.

4. Recolocar emocionalmente a la persona ausente y seguir viviendo.

          El pasado no se puede borrar como si no hubiera existido, tampoco será recomendable permanecer apegado a él, no permitiendo la posibilidad de nuevas relaciones.

          Éste cuarto paso nos marcará el punto donde el duelo esté finalizado, cuando sea posible pensar en el ser perdido sin sentir dolor. Aunque siempre puede haber un punto de tristeza al recordar a alguien que se ha querido y ya no está, esto no irá acompañado de manifestaciones físicas intensas y la persona puede centrarse en sí mismo/a y en quienes la quieren, invirtiendo sus energías en su propia vida y en la de los más allegados.

          Estos cuatro pasos llevarán aparejados vivir momentos duros y emociones intensas y habrá momentos que parezcan insuperables. Lo mejor será no exigirse demasiado, siendo amable con uno/a mismo/a y respetar el propio ritmo de curación.

          Los iremos trabajando en las sesiones sucesivas y en ésta vamos a comenzar a tratar más específicamente el primer paso: aceptar la pérdida.

          "En cierto modo, nunca te recuperas de una pérdida significativa, porque ésta inevitablemente te cambia. Tú puedes escoger si el cmabio será a mjor".

Aceptar la pérdida.


“La acción puede que no siempre traiga alegría; pero no hay alegría sin acción”.

Benjamín Disraeli

           Como vimos en el texto anterior, el proceso de duelo exige ser activos, con el fin de desarrollar un nuevo proyecto de vida, acorde a la nueva situación. Ya hemos dicho que el primer paso es aceptar la pérdida y para hacerlo será necesario enfrentarse al primer mecanismo de defensa que encontramos: la negación.

          Ésta puede ir referida a tres aspectos: negar la realidad, su significado o su irreversibilidad. La negación de la realidad puede variar de grado, desde la ligera distorsión hasta el autoengaño absoluto.

          Otra manera de protegerse de la pérdida es negar su significado, pudiendo utilizar argumentos tales como: “No era un buen padre o una buena madre”, “no estábamos tan unidos” o “no le echo de menos”.

          También se puede utilizar el “olvido selectivo” de partes de la relación o de la persona perdida. O bien, negando que la muerte o pérdida sea irreversible, creyendo que mediante el mantenimiento de esta idea, las personas volverán. Otra estrategia puede ser utilizar el espiritismo para ponerse en contacto con el otro.

          Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo, pues implica una aceptación tanto intelectual como emocional. Se puede ser consciente desde lo racional antes de que las emociones le permitan aceptar la información como verdadera. La creencia y la incredulidad suelen ser intermitentes mientras se intenta resolver esta tarea.

          Es importante señalar además la discriminación hecha por Elisabeth Kübler Ross, entre la aceptación y la resignación. La primera lleva a un profundo sentimiento de ecuanimidad y paz, mientras que la segunda hace que se mantenga la amargura y el rencor, de manera que quienes sólo se hallen resignados será fácil que manifiesten expresiones como : “¿Y para qué?, o “estoy cansado/a de pelear” y tendrán un sentimiento de inutilidad, de sin sentido y de falta de paz, que los hará reconocibles frente a aquellos con verdadera aceptación.

         Para poder aceptar el fallecimiento de nuestro ser querido, será necesario antes la aceptación de la muerte como parte del proceso de la vida. Éste será un requisito imprescindible para que exista una buena calidad de vida, con un buen acercamiento a nuestra propia muerte, que es en definitiva la que más nos preocupa.

         Yalom argumenta al respecto, como ya comentamos, que “la angustia más fundamental –o básica- proviene del peligro a perderse uno mismo, y si uno teme perder un objeto es porque ello amenaza –de forma real o simbólica- la propia supervivencia”. La muerte del “otro”, refleja nuestra propia muerte.

          Si no existe esa aceptación, es muy probable que vivamos en una especie de “lucha a muerte contra la muerte”, especialmente cuando la vemos inminente. Lo cual creará un estado de ansiedad, que impedirá vivir efectivamente.

           La aceptación de la muerte, implica elaborar el miedo a la muerte. Esto es difícil en la sociedad actual, en la cual se evita hablar del tema. Admitir que la vida es limitada puede producir una horrible sensación de vacío.

          Por otra parte, el desarrollo de la ciencia y la tecnología nos hace creer que podemos controlarlo todo: la enfermedad, la vejez, el sufrimiento, la muerte. Y aunque en realidad no es así, sin embargo se asocia la muerte al fracaso de la tecnología y la ciencia.

          Pensamos que la vida ha de ser como la imaginamos, y que es lógico sentirse mal y quejarse cuando no es así. Este pensamiento es el que nos impide adaptarnos a los cambios, paralizando nuestro crecimiento personal y evitando llegar a alcanzar el sentido profundo de la vida. Además, nos crea un estado de indefensión, cuando la realidad nos muestra que el control que creemos tener sobre todos los acontecimientos, es sólo una ilusión.

          Frecuentemente, nos negamos a tomar conciencia de la incertidumbre constante en que la vida se desarrolla. Este conocimiento parece que lo único que nos aporta es la certidumbre de nuestra vulnerabilidad. Sin embargo, es necesario aprender a tomar la vida como nos llega, es así como nos hacemos fuertes frente a ella.

          En realidad de lo único que tenemos la certeza, es del hecho de que la muerte acaecerá un día, la de nuestros seres queridos y la nuestra propia. Prepararnos para ambas es lo que nos hace vivir de una forma más consciente.

          Albert Schweitzer escribió:

          “Si queremos llegar a ser buenas personas de verdad, debemos familiarizarnos con la idea de la muerte. No necesitamos pensar en ella todos los días ni a cada hora. Pero cuando la senda de la vida nos conduzca a una posición ventajosa donde el paisaje alrededor desaparezca, y contemplemos la vista distante hasta el mismo final, no cerremos los ojos. Hagamos una pausa por un momento, observemos el paisaje lejano, y luego prosigamos. Pensar en la muerte de este modo produce amor por la vida. Cuando estamos familiarizados con la muerte, aceptamos cada semana, cada día como un don. Sólo cuando somos capaces de aceptar así la vida, poco a poco, ésta se torna preciosa.”

          Preocuparse de la muerte no significa una evasión ante la vida, todo lo contrario. La integración de la idea de la muerte en el pensamiento, permite erigir nuestras vidas de acuerdo a propuestas más conscientes y meditadas, no derrochando “demasiado tiempo en cosas sin importancia”.

         Kübler Ross redunda en el tema y dice que “...Debemos poder enseñar a nuestros niños y a nuestros jóvenes a mirar la realidad de la muerte. De esta forma no tendrían que pasar por todos los estados previos a la aceptación de la muerte cuando están tan cercanos a ella, y cuando el tiempo es demasiado corto para lidiar con una tarea tan larga. Se vive una distinta calidad de vida cuando uno se enfrenta y acepta su finitud desde el comienzo de la vida...”

        Algunas personas creen que aceptar la muerte significa rendirse. Sin embargo, la aceptación de la muerte y la presencia de la esperanza no se contraponen, en el equilibrio entre ambas hallaremos la mejor forma de enfrentarnos a la pérdida de nuestros seres queridos y a nuestro propio final.

         Freud dice: “Si quieres la vida, prepárate para la muerte”.

         Desde la elaboración de la conciencia de muerte cambian las perspectivas, las prioridades y los valores desde donde vivimos. Pero aprender a morir es difícil, porque como también dice Freud: “La propia muerte es inimaginable, en el inconsciente estamos convencidos de nuestra inmortalidad”.

         Es conveniente pensar, hablar y reflexionar sobre la muerte, que es hacerlo sobre la vida. Cuanto mayor es nuestra conciencia de finitud, mayor es nuestra conciencia de transitoriedad y vulnerabilidad, de nosotros y de los que nos rodean. Y esta conciencia, si es real, modifica nuestra escala de valores. Difícilmente un ser humano puede ser uno mismo si no puede aceptarse en su propia naturaleza.

        Una vez que seamos conscientes de que la muerte es parte del proceso de la vida, estaremos más preparados para aceptar la pérdida de nuestro ser querido, aunque sea la cosa más difícil que hagamos en nuestra vida.

        Esta aceptación va a depender de múltiples factores, que son los mismos que identificamos como posibles predictores de un duelo complicado. De entre todos ellos, dos están muy relacionados con este proceso de aceptación y son el tipo de muerte y el vínculo con la persona fallecida.

         En cuanto a la forma en que se produce la pérdida, ésta puede ser:

        Esperada: Cuando la persona venía padeciendo alguna enfermedad crónica o cíclica, que no alteraba de manera significativa su vida ni la de los que le rodeaban, pero que hacía temer el desenlace final en cualquier momento.

        En este caso, los familiares y amigos han podido ir resolviendo sus diferencias con la persona que finalmente ha fallecido y han podido ir haciéndose a la idea de su pérdida.

        Deseada: Aunque parece imposible desear la muerte de aquella persona a la que se quiere, es frecuente observar este sentimiento en los familiares de quienes padecen una larga y penosa enfermedad.

         Aquí puede ser más difícil la aceptación que en el caso anterior, pues se pueden sentir remordimientos por haber deseado que el final llegase y por las actitudes tomadas durante la convalecencia.

         Repentina: Se produce por una enfermedad galopante, accidentes principalmente y suicidios.

         Es la más difícil de asumir, pues es la que nos muestra más evidentemente nuestro escaso control sobre la vida, aumentando nuestra sensación de desvalimiento, y vacío. Además nos impide la despedida de nuestro ser querido, pudiendo a veces coincidir con momentos de mayor tensión en las relaciones.

        En cuanto a la influencia del tipo de vínculo con el fallecido, en la aceptación de la pérdida, J. Bowlby ha realizado estudios sobre el duelo en los que hace hincapié en la teoría del apego, según la cual los seres humanos tenemos tendencia a establecer apegos con otras personas. Así conseguimos la satisfacción de necesidades biológicas (hambre, sed, sexo), y psicológicas (protección, seguridad, afecto). Por ello, cuando se ponen en peligro estos vínculos o acaban, se producen intensas reacciones que buscan su restablecimiento y normalmente lo consiguen.

      Cuando la relación establecida con la persona ausente era de necesidad o de dependencia psicoemocional, los sentimientos de inseguridad, vulnerabilidad, impotencia, se hacen más fuertes.

       En la sesión siguiente trataremos más profundamente todo lo relacionado con los vínculos que establecemos y con los sentimientos que surgen ante las pérdidas. Pero era necesario exponer aquí, aunque fuera brevemente, su influencia en la aceptación de la ausencia del ser querido.

       Por otra parte, aunque es evidente que para superar el duelo es preciso comenzar aceptando la pérdida y que el final del mismo, vendrá marcado por la recolocación emocional de la persona ausente, de manera que nos permita seguir viviendo eficientemente, las cuatro tareas que nos prescribe W. Worden, no son etapas que tengan un principio y un final claramente definido. De manera que, para aceptar la pérdida, será necesario comprender los sentimientos que se están viviendo y empezar a aprender a vivir sin esa persona. Esto a su vez significará irle asignando un lugar en nuestra vida, que nos permita continuar con ella productivamente.

       Hablando de la pérdida sufrida, de las circunstancias en que se ha producido se irá poco a poco tomando conciencia de la realidad. S. Freud dijo “Recordar es el mejor modo de olvidar”.

       “Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.”


HELLEN KELLER

CAPÍTULO 3

SENTIR EL DOLOR - LOS APEGO

Sentir el dolor
Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida

          “A menudo encuentra remedio quien comparte su aflicción”
                          Spencer

          En los textos y sesiones anteriores, hemos hecho referencia a los sentimientos que se generan en una situación de duelo, aún cuando ésta se halle dentro de lo que llamamos un proceso normal.

          Igualmente, hemos visto cómo la primera reacción a ellos puede ser la negación, tanto de la causa que los produce, como de las propias emociones que se manifiestan.

          Frente a todo ello, también hemos comentado que el único medio de superarlo es tomar conciencia de lo que se está vivenciando.

          Sin embargo, con frecuencia se busca un alivio inmediato del dolor. Las emociones que se viven son tan intensas, que parece imposible soportarlas y por ello se busca en el médico la solución más rápida, una píldora que evite el dolor y ayude a conciliar el sueño.

          El resultado de esto es lo contrario de lo que se busca, pues lo único que se consigue es retardar la elaboración adecuada del duelo. En cambio, “la manifestación del dolor a través de la palabra, libera al cuerpo de la función de expresarlo; en este sentido, el dolor es como el deseo, insiste, se expresa siempre y utiliza todas las formas disponibles, aún, sin el consentimiento ni la conveniencia de las personas afectadas, incluso y especialmente contando con su desconocimiento”. Lo importante de hablar de la pérdida ya lo reconoció W. Shakespeare a través de Macbeth:


        “Dad palabras al dolor; la pena que no habla, murmura en el fondo del corazón y lo invita a romperse”.

           Se tratará ahora de dejarse inundar por el sentimiento y dejarlo salir hasta vaciarse de dolor. Si bien es preciso señalar que tanto el bloqueo como la fluidez de las emociones, pueden resultar saludables o perjudiciales, según sirvan para contener o canalizar los sentimientos (procesos saludables), o se conviertan en rigidez o en desbordamiento emocional (procesos perjudiciales).

          Procesar toda la energía que el dolor moviliza, nos ayuda a crecer como personas. Esto significa canalizar las emociones y no permitir que se desborden, por ello será conveniente tener cuidado en la forma de dejar salir los sentimientos. Una técnica que se utiliza consiste en gritar o romper algo inservible, es un recurso que puede surgir espontáneamente y es una forma de canalización emocional saludable, siempre que se realice en un contexto controlado y seguro, con el fin de evitar descargas emocionales excesivas. Lo importante es que cada persona conozca, busque, encuentre y desarrolle los canales que mejor le sienten y convengan.

          Para canalizar saludablemente las emociones será necesario aumentar el autoconocimiento, de forma que permita conocer qué es lo que se siente, los pensamientos que preceden, acompañan o surgen posteriormente a esos sentimientos, qué se está evitando y qué es lo que se está haciendo. Además será conveniente desarrollar habilidades de comunicación, como la escucha activa, la asertividad, y aprender técnicas de relajación. Todo lo cual lo vamos trabajando en este taller desde el principio, según el momento en que nos encontramos. Pues por ejemplo, la relajación, aunque sería beneficiosa utilizarla desde le principio, necesita de circunstancias adecuadas para su aprendizaje, llegando a imposibilitarse cuando la ansiedad es muy intensa.

           En la sesión que corresponde a este texto, trabajaremos los sentimientos que manifiestan cada uno de los miembros del grupo, de manera que cada cual reconozca los propios y aprenda a encauzarlos de la forma más conveniente.

          En el primer texto, apuntamos una relación de los más frecuentes en una situación de duelo. Ahora nos centraremos en aquellos que con mayor facilidad pueden derivar en un duelo complicado, aunque esto dependerá de muchos factores, algunos de los cuales también han sido analizados brevemente con anterioridad.

          Entre estos factores comentamos la influencia del tipo de vínculo establecido con la persona ausente, el cual dependerá a su vez de características de personalidad propias y del otro.

          Ya hemos hecho referencia a la Teoría del Apego de Bowlby. En ella, este autor considera que el apego sería una tendencia innata de los seres humanos, organizada y controlada por el sistema nervioso central, que estaría en función de la búsqueda de protección y supervivencia, ya que serviría para mantener a los niños físicamente cerca de sus cuidadores, lo cual facilitaría el protegerlos de algún peligro.

          Existen distintos tipos de apego que se desarrollan de forma temprana y poseen alta probabilidad de mantenerse durante toda la vida. Según Bowlby, se constituye como un modelo mental interno, que integra las creencias acerca de sí mismo, de los otros y del mundo en general, así como juicios que influyen en la formación y el mantenimiento de relaciones personales.

          Ainsworth y otros, definieron las tres formas principales de apegos y las condiciones familiares que dan origen a ellas:

  • Apego seguro: Los niños/as con este estilo de apego, pueden recurrir a sus padres o cuidadores en busca de apoyo cuando se sienten angustiados/as, ya que estos se muestran sensibles a sus necesidades y les resultan accesibles. Esto les facilita la exploración del entorno y el desarrollo de relaciones personales satisfactorias, pues serán personas más estables y cálidas, positivas y con una imagen coherente de sí mismas.
  • Apego ansioso-evasivo: En este tipo de apego, los niños/as muestran desinterés y desapego hacia sus cuidadores en sus periodos de angustia, ya que tienen gran desconfianza en ser apoyados y cuidados por éstos y esperan ser rechazados, como en ocasiones anteriores. Así se convierten en personas inseguras en sus relaciones con los demás, por lo que se mantienen distanciados de los otros, además poseen miedo a la intimidad, según comenta M. Mikulincer, y dificultades para depender de las personas, ya que no confían en ellas.
  • Apego ansioso-ambivalente: Los niños/as con este tipo de apego “responden a la separación con angustia intensa y mezclan comportamientos de apego con expresiones de protesta, enojo y resistencia”. Esto es debido a la inseguridad que sienten por la ambigüedad del vínculo establecido con sus padres o cuidadores, cuya inconsistencia en las habilidades emocionales, les hacen ser accesibles y colaboradores unas veces y distantes y rechazantes otras, mostrando sentimientos y amenazas de abandono. La ansiedad que este tipo de relaciones genera, dificulta la exploración del entorno por parte del niño/a, que le llevará a ser una persona con un fuerte deseo de intimidad, e inseguridad respecto a los demás.
         Bowlby sostiene que los distintos tipos de apegos influyen en la forma de procesar la información acerca de los eventos emocionales, las figuras de apego y sobre sí mismo, y se han realizado estudios que apoyan estas hipótesis. Así se ha encontrado que las personas con estilo de apego seguro están abiertas a la nueva información, realizando una búsqueda activa de la misma y tienen estructuras congnitivas flexibles que les permite incorporar dicha información y reorganizar sus esquemas, aunque pasen por momentos de confusión. Esto se debe a su capacidad para enfrentarse a las situaciones de angustia, que les permite ajustarse de manara adecuada a los cambios del ambiente y proponerse metas realistas, así como evitar creencias irracionales.

          Por su parte, las personas con estilo de apego ansioso-evitativo, tienen estructuras cognitivas rígidas, por lo que rechazan la información que les puede crear confusión y cierran sus esquemas a éstas. Esto mismo se observa en las personas con apego ansioso-ambivalente, con la diferencia de que desean acceder a la nueva información, pero sus intensos conflictos internos se lo impiden.

          M. Baldwin refiere otros estudios que relacionan los distintos tipos de apego con la accesibilidad a ciertos esquemas cognitivos, en ellos se concluye que las personas con apego seguro tienen más accesibilidad a esquemas y recuerdos positivos, lo que les hace tener expectativas positivas acerca de las relaciones con los demás, ya que confían más en los otros, por lo cual intiman más con ellos. En cuanto a las personas con apego ansioso-evitativo, tienen mayor accesibilidad a los recuerdos negativos, lo que les hace ser personas evasivas, que se mantienen recelosas de los otros. Por último, aquéllas que tienen un estilo de apego ansioso-ambivalente, tienen conflictos con la intimidad, deseando tenerla y temiendo perderla.

          Estos procesos cognitivos, desarrollados en base al tipo de apego establecido en la infancia, tienden a mantenerse a lo largo de la vida, ya que organizan el desarrollo de la personalidad y marcan el comportamiento social, como muestran estudios recientes referidos por B. Feeney y L. Kirkpatrick, que determinan que las relaciones íntimas que establecen las personas tienen mucho que ver con sus estilos de apego individuales.

          Basándose en sus investigaciones acerca del grupo, Bowlby (1980) establece un modelo referente al duelo complicado, que consta de tres grupos de variables esenciales:

  • Características personales.
  • Experiencias infantiles.
  • Procesamiento cognitivo de la pérdida.
          En cuanto a las características personales, Bowlby señala tres grupos de personas que serían vulnerables a desarrollar duelos complicados:

  1. Las que establecen relaciones afectivas cargadas de ansiedad y ambivalencia (apego ansioso-ambivalente).
  2. Las que establecen sus relaciones afectivas a través de cuidar compulsivamente a otros.
  3. Y las que afirman de modo compulsivo, su autosuficiencia e independencia respecto a los vínculos afectivos (apego ansioso-evasivo).
          Según indica este autor, las personas que se encuadran en uno de estos grupos reaccionan a la pérdida de un ser querido con culpa y autorreproches, que en caso de prolongarse en el tiempo daría lugar a un duelo complicado.

          En resumen, la explicación que aporta Bowlby respecto a la forma de vincularse con otras personas, es que se establece en la relación desarrollada en la infancia, entre el niño y sus cuidadores. De manera que las personas con un apego ansioso serían aquéllas que experimentaron amenazas de abandono o suicidio por parte de sus padres o sustitutos, o sencillamente amenazas de retirada de afecto si no cumplían sus exigencias, o bien se les manifestaban lo detestable que eran para sus padres y lo que los hacía sufrir.

          Si tenemos en cuenta, lo común de expresiones como “ya no te quiero” o “me voy a ir”, dirigidas a niños/as como forma de controlar sus arrebatos, nos daremos cuenta de cuántas personas pueden estar afectadas de esta vulnerabilidad frente a las pérdidas. Aunque no quiero decir con ello, que esto baste o sea determinante para un posterior desarrollo de duelo complicado.

          Por su parte, las personas predispuestas a prodigar cuidados compulsivos serían, según este mismo autor, aquéllas a las que sus padres les hacían sentir responsables de su enfermedad, fuese esta real o no, o les creaban la obligación de cuidarlos, o ambos aspectos conjuntamente.

          Al grupo de personas predispuestas a mostrar compulsivamente autosuficiencia e independencia, pertenecerían aquéllas que solieron recibir críticas y castigos por mostrar sus emociones o necesidades afectivas.

          A esta relación entre las experiencias infantiles y las características de personalidad, hay que añadir la influencia de los procesos cognitivos. Bowlby defiende que quien vive un duelo complicado, ha establecido una disociación cognitiva entre lo que describe de cómo eran las relaciones con la persona perdida y lo que él atribuye como causa de la pérdida, siendo a menudo procesado esto último inconscientemente. Y para explicar por qué se produce esto, Bowlby vuelve a recurrir a las experiencias infantiles, de manera que sería debido a la presión ejercida por los padres para que el niño/a tuviera una buena imagen de ellos, lo cual habría introducido una regla cognitiva que prohibiría revisar el funcionamiento real con ellos, y esto se reproduce con la persona perdida.

          Como vemos, este autor da más importancia a los factores ambientales en el desarrollo de la personalidad, que a los factores genéticos y considera que el procesamiento de la información de cada persona depende del patrón establecido por sus padres, más que de la capacidad innata. Entraríamos aquí en la eterna polémica entre qué es lo que más pesa a la hora de constituirse la personalidad, los factores bioógicos o los experienciales.

          Evidentemente, ambos están presentes a la hora de nuestro desarrollo, y el resultado depende de la interrelación entre ambos, y de la fuerza con que se manifieste cada uno de ellos.

          Lo que nos interesa ahora es descubrir el tipo de apego que tenemos cada uno de nosotros y la forma como nos influye a la hora de enfrentar nuestros duelos. Una vez que seamos conscientes de esto, podemos recapacitar sobre el proceso de información que utilizamos, que estará en relación con nuestra manera de establecer vínculos.

         Todo lo referido sobre el apego tiene la finalidad de conocernos un poco más a nosotros mismos, reflexionando sobre la forma en que se ha ido desarrollando nuestra manera de sentir y qué esperamos en nuestras relaciones personales.

         Ahora analizaremos algunos de los sentimientos más comunes en un duelo, relacionados no sólo con el tipo de apego, sino con las circunstancias de la pérdida. Y recordaremos que el tiempo sólo no soluciona nada, sino que lo que nos ayuda es lo que hacemos en ese tiempo.

          Ya tratamos el valor terapéutico del llanto y la importancia de no esconderlo.

      “Una alegría compartida se transforma en doble alegría. Una pena compartida, en media pena”.

          Igualmente será conveniente hablar de los sentimientos que van surgiendo y tomar conciencia de ellos hasta, como ya comentamos, vaciarnos de dolor. La intensidad de estos sentimientos dependerá de la intensidad de los vínculos establecidos. Cuando es imposible metabolizar el dolor, puede ser proyectado hacia fuera en forma de enojo o rabia contra los médicos y enfermeras que no evitaron su muerte, e incluso con Dios si la persona es creyente, con sus familiares y amigos quienes no hicieron lo suficiente, o con la persona fallecida por habernos abandonado, principalmente si la causa de la muerte ha sido el suicidio u otra situación traumática que la persona ausente pudiera haber evitado.

          Es necesario poder sacar el dolor y el enojo que produce, fuera de uno mismo, expresarlo y exteriorizarlo para poder distanciarnos de él. Si no se expresa el enojo, se transforma en ira reprimida, que se manifiesta de diferentes formas: descuido en el arreglo personal, pérdida de memoria, falta de iniciativa, indiferencia, o da lugar a diversas somatizaciones.

          Pero no bastará con vivenciar el enojo una y otra vez. Para su resolución será preciso un cambio de perspectiva, pues de otra forma lo único que conseguiremos será retroalimentarlo. Este enojo puede ser tan fuerte que llegue incluso al odio, y tal vez nos cueste admitir que lo estamos sintiendo, sin embargo, la única forma de acabar con este sentimiento es reconocerlo en primer lugar, y cambiar la perspectiva hacia el perdón.

          Lo peor del enojo es que éste sea con uno mismo/a, y la persona empiece a sentir culpa por lo que hizo o dejó de hacer a la persona que se fue. Este sentimiento, al igual que el enojo, es más frecuente cuando las circunstancias de la pérdida pueden hacer pensar que podíamos haberla evitado, como en caso de suicidio, o cuando se ha tenido algún conflicto previo al fallecimiento, y que lo repentino de éste ha impedido resolver.

          En el caso de suicidio puede surgir la sensación de no haber sabido cuidarle y es fácil reprocharse no haberse dado cuenta de lo mal que se encontraba esa persona o no haberlo tomado en serio. Frente a esto será conveniente recordar que la decisión ha sido enteramente suya.

          El sentimiento de culpa también está relacionado con quién era la persona ausente. En el caso del fallecimiento de un hijo, aunque sea por causas naturales, la pérdida suele ser vivida como un fracaso y con una gran culpabilidad, ya que los padres se sienten responsables de la protección de sus hijos y la muerte de uno de ellos invierte los papeles esperados del ciclo vital.

          Casi siempre podemos encontrar motivos para desarrollar sentimientos de culpa, aunque en ocasiones la disfracemos con determinados mecanismos de defensa o la ocultaremos con determinados sentimientos como la indiferencia, el rencor con la persona fallecida, o la depresión.

          Es fácil sentirse culpable ante cualquier espontáneo motivo de risa, cualquier pequeña alegría, aunque sea involuntaria o casual. Las parejas tienden a suspender sus relaciones íntimas pues consideran que no tienen derecho, o que no es oportuna ninguna forma de placer.

         No existen normas escritas, sobre cuánto tiempo debe pasar antes de que podamos volver a vivir con normalidad. Podemos preguntarnos qué es lo que querría nuestro ser querido fallecido que hiciéramos en este momento, cómo le gustaría vernos, e ir permitiéndonos todo aquello que nos lleve a superar cada etapa de duelo.

          “La culpa es un proceso intrapersonal, por lo que no es necesaria la presencia del fallecido para sanearla. Cuando una relación contaminada por la culpa se vive desde la comprensión y el perdón, deja paso a una inequívoca sensación de agradecido recuerdo”.

           Se trata de perdonarse a uno mismo, somos nosotros los que nos culpamos. No podemos sentirnos culpables porque otro nos eche la culpa, esto puede producir enojo contra esa persona que nos hace responsables de algo. Sólo podemos sentir culpa por aquellos hechos por los que nos adjudicamos responsabilidad.

          El contenido del perdón a nosotros mismos, como a los demás, consiste en aceptar nuestra realidad y reconciliarnos con ella. Será necesario comenzar por entender que los seres humanos no somos perfectos, que los únicos que no se equivocan son los que nunca hacen nada, culparnos por algo que hemos hecho o dicho, o dejado de hacer o decir, es considerar que en nosotros no cabe cometer el más mínimo error.

         El amor es aceptarnos unos a otros tal y como somos, si esa persona nos quería así, por qué no vamos a querernos nosotros. La persona fallecida, como ser humano que era, también hubo de cometer sus errores, sin que ello nos impidiese quererla.

          Será necesario compartir el dolor y evitar que la pérdida ocasione conflictos que lleven a otras pérdidas, aunque en este caso no sea la muerte la causa. Para ello se precisará estar atentos a los sentimientos de los demás y su forma de manifestarlo. El resultado del duelo será más favorable de esta forma y servirá para el crecimiento personal de cada uno.

         El perdón es una opción a nuestro alcance, perdón hacia nosotros mismos y hacia los demás. Esta actitud nos llevará a una vida más plena, el amor y la culpa no pueden existir a la vez. P. y G. Lemoie consideran que el duelo es hacer las paces con el muerto.

         Cambiar nuestra actitud no significa cambiar las situaciones o personas de nuestra vida, sino cambiar nuestros propios pensamientos. Cuando comentamos los factores que influían en la forma de elaborar el duelo, nos referimos al procesamiento de la información, las personas seleccionamos sólo algunos datos de nuestras experiencias y los organizamos e interpretamos según el concepto que tenemos de nosotros mismos y de los demás. Para perdonar y perdonarnos será preciso cambiar la percepción de nuestra experiencia.

         Podemos tomarnos unos minutos, para fijarnos en lo que evoca el pensamiento de perdonar a alguien y preguntarnos cómo nos sentimos ante la idea de perdonarle, qué significa esto para nosotros y qué tendríamos que hacer para ello. Respondernos a estas preguntas será más fácil si tenemos en cuenta lo que no es perdonar y qué transcribo textualmente:

  • Perdonar no es justificar comportamientos negativos o improcedentes, tanto propios como ajenos. Ni quiere decir que apruebes o defiendas el comportamiento que te ha causado sufrimientos, ni tampoco excluye que tomes medidas para cambiar situaciones o proteger tus derechos.
  • Perdonar no es hacer como que todo va bien, cuando no es cierto. A veces se confunde el perdón con negar la rabia o reprimir el dolor. No se puede experimentar el perdón verdadero si se niegan la rabia o el resentimiento.
  • No es adoptar una actitud de superioridad ante el otro, pues podemos estar actuando de forma arrogante.
  • El perdón no exige que te comuniques directa y verbalmente con la persona a la que perdonas. El perdón sólo requiere un cambio de percepción, otra manera de considerar a las personas y circunstancias que nos han causado dolor y problemas.
          Perdonar es liberarnos a nosotros mismos de tener que seguir sufriendo. Podemos preguntarnos cómo perdonar determinados hechos, o cómo hacerlo sin que nos haya pedido perdón previamente quien nos ofendió. Pero si para perdonar necesitamos primero que nos lo pidan, estaremos poniendo en manos de esa persona nuestra liberación interior. Dicho de otra forma: “Odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia”. En cambio:

          “Uno de los placeres más perdurables que se pueden experimentar, es la sensación que nos invade cuando perdonamos de corazón a un enemigo, lo sepa él o no.”



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